El sabor agridulce de la Navidad

El sabor agridulce de la Navidad

//Por Nicole Fuentes//

Las expectativas son altas en estas fechas.

Durante la época navideña ser feliz es obligatorio. Al menos, ese parece ser el mensaje.

Lo esperado es sentirnos amorosos, inspirados, generosos y transitar por los días al son de los villancicos y el olor a galletas recién horneadas.

El pino tiene que estar decorado como para portada de revista, la casa también. Regalos para todos cuidadosamente escogidos, perfectamente envueltos y rematados con tarjeta personalizada mandada a hacer.

Comida deliciosa para compartir con todos los integrantes de la familia, que por la ocasión, desplegarán su versión personal más educada, cariñosa y divertida.

Relacionamos la Navidad con familias perfectamente unidas, melódicas y alegres, con celebraciones especiales e inolvidables.

Y sin embargo…

La temporada navideña no es fácil para la mayoría.

Estas fechas resaltan las dificultades económicas, la pérdida de seres queridos y los alejamientos físicos o emocionales consecuencia de conflictos de todos los colores.

Se intensifican las emociones difíciles –depresión, estrés, soledad, tristeza- y las ausencias se hacen más presentes.

La época navideña acentúa lo que falta y hace que el corazón se sienta pesado.

¿Cómo es esto?

Varios factores influyen negativamente en el espíritu navideño…

Económico. Me parece que hemos corrompido el sentido de la Navidad. Hemos convertido una tradición que invita a la reflexión y a la renovación personal en un circo de consumo y materialismo.

Es una época cara pues hay que vestirse bien, peinarse y maquillarse para los innumerables eventos sociales. Nos sentimos obligados a mostrar afecto con regalos lujosos para todos, participamos en múltiples intercambios o planeamos viajes exóticos.

La presión económica es enorme si nuestro presupuesto es limitado y puede detonar sentimientos de culpa, vergüenza, inseguridad. Nos angustia la posibilidad de ser juzgados si no “damos el ancho” cumpliendo con el estándar.

Estrés. Nuestras agendas dejan ver trazos de saturación en cualquier día del año, pero a partir de noviembre le subimos tres rayitas más a la locura y nuestro nivel de estrés aumenta considerablemente.

Desbordamos las calles, aumenta el tráfico, reventamos los centros comerciales y nos llenamos de compromisos sociales como si tuviéramos cuatro manos y un clon.

Detrás de cada compromiso social, por si fuera poco, hay una serie de tareas que completar… Cita en el salón de belleza, elegir el “outfit”, comprar regalo para los anfitriones y envolverlo con papel especial, moño y tarjeta. No olvides llevar tu mejor actitud.

Y a la agenda de los adultos aún tenemos que sumarle la de los hijos. Ellos también son requeridos por todos lados.

Soledad. Para las personas que están solas esta época puede resultar especialmente complicada, pues una de las características que distinguen a la Navidad es la convivencia con los seres queridos.

Las ausencias se recalcan.

Quizá es la primera navidad que pasas sin tu mamá, sin tu papá, sin tu hijo. Quizá recuerdas a alguien muy querido que se fue en estas fechas y te envuelve una vez más la sensación de duelo. Quizá es tu primera Navidad después de un diagnóstico adverso o un divorcio. Quizá te toca trabajar y pasarla solo.

Se agrandan las distancias entre familiares o amigos separados por enojos. La nostalgia y melancolía ganan terreno. Crecen la culpa, el resentimiento, la impotencia, la tristeza. No terminas de entender.

¿Qué podemos hacer para mitigar los sabores agridulces de la Navidad?

Se me ocurren algunas cosas…

Volver a lo esencial. En realidad, la Navidad nunca ha tenido que ver con lo material. Este último ingrediente es sólo una manera más en que las personas hemos decidido complicarnos la existencia -a nosotros mismos y a los demás-.

Simplificar al extremo. Podemos regalar solamente a las personas más cercanas o a alguien que verdaderamente lo necesite. Si tenemos que quebramos la cabeza pensando qué regalarle a nuestros seres queridos muy probablemente signifique que ya tienen todo.

No envuelvas regalos. Además de ahorrar tiempo y dinero, generamos menos basura y cuidamos la tierra. No mandes a hacer etiquetas exclusivísimas, tu letra fea en una nota personalizada le da más sentido al regalo. Limita tu presencia en eventos sociales y asiste únicamente a los que verdaderamente te inspiran.

Practicar la gratitud. En esta temporada en que resaltan las ausencias y las carencias es primordial hacer un intento por ver el mundo a través de un lente de abundancia. Es fundamental hacer el recuento de lo que sí tenemos, de lo que sí logramos, de los sueños que sí cumplimos, de las canciones que sí bailamos.

Hacer trabajo voluntario. Salir de nosotros mismos para contribuir positivamente a nuestro alrededor abona a nuestro sentido de vida. Si las finanzas están apretadas –y aunque no- seamos generosos con nuestra presencia y atención. Regala tu compañía, anótate en la cocina para ayudar a preparar la cena, sirve comida en algún albergue.

Ajustar expectativas. Ser familia no es sinónimo de llevarse bien. Aceptemos que el abuelo gruñón será el abuelo gruñón también en navidad; la tía loca seguirá tan loca como cualquier día entre semana. No tomemos las cosas personalmente.

No aislarse. Pasa tiempo con la gente que quieres, busca a tus amigos, únete a celebraciones de la comunidad, ve a tomar un café, a la librería, haz un tour por la ciudad. Resiste la tentación de envolverte en una cobija y hacerte bola en la esquina de tu sillón –a menos que ese sea el plan que te haga feliz-.

Honrar las ausencias. Está bien sentirte triste cuando falta alguien, pero tratar de ignorar las ausencias no es la forma más efectiva de lidiar con ellas. Haz una ceremonia, di algunas palabras, integra una fotografía a la celebración, recuerda una anécdota, llama por teléfono, envía un mensaje.

Aprovecho este espacio para darte las gracias por acompañarme todo el año leyendo y compartiendo estos artículos.

¡Feliz (agridulce) Navidad!

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