Locura Navideña

Locura Navideña

//Por Nicole Fuentes//

Tengo una pregunta…

¿Ha existido siempre esta locura característica de la época navideña o las cosas han cambiado considerablemente?

Mis recuerdos de Navidad siendo una niña no incluyen poner el pino de navidad en octubre, la competencia de “la casa mejor decorada de la cuadra” entre vecinos, intercambios masivos de regalos con envolturas sofisticadas o agendas llenas de compromisos sociales. Estoy casi segura de que las cosas eran diferentes.

¿O será que de la locura se encargaban mis padres y por eso no la recuerdo? No sé. A ver mamá… ¡Ayúdame con esta!.

Me parece a mí que hemos corrompido el sentido de la Navidad. Hemos convertido una tradición que invita a la reflexión y a la renovación personal en un circo de consumo y materialismo que lejos de traernos paz y felicidad, nos genera estrés, ansiedad y un montón de deudas.

Con el “Buen Fin” en México y el Black Friday en Estados Unidos arranca oficialmente la época del año en que literalmente salimos a comprar la felicidad, o en otras palabras, los regalos de navidad. Y aunque la mayoría de nosotros creemos o afirmamos que la felicidad no puede comprarse, la realidad es que nos comportamos como si efectivamente pudiéramos conseguirla en las tiendas. Para nosotros y para los demás. ¡Ah! Se me olvidaba el Cyber Monday.

Modo locura: ENCENDIDO

Antes de atender las compras navideñas revisemos un poco lo que la ciencia ha descubierto acerca del dinero, el consumo y la felicidad. ¿Puede el dinero comprar la felicidad? En muy resumidas cuentas la respuesta es depende. Cuando el dinero no alcanza para hacer frente a las necesidades básicas –alimentos, casa, educación, vestido, salud- entonces éste es un elemento importante para vivir feliz. Pero una vez que los básicos están cubiertos, el dinero extra no necesariamente genera más felicidad.

Entonces….

¿Qué tal si le bajamos a la locura de las compras navideñas materiales y encontramos alternativas que produzcan una mayor y más duradera felicidad?

Te comparto algunas ideas.

Gasta tu dinero en experiencias. El dinero tiene un efecto más permanente en la felicidad cuando lo gastamos en experiencias, por ejemplo, un paseo, salir a cenar, aprender algo nuevo, ir al estadio, un concierto, libros que leer. Regala o gasta en una experiencia que involucre hacer más que tener. Las risas, anécdotas y emociones se vuelven a vivir cuando las recordamos, platicamos o vemos las fotos.

Gasta tu dinero en experiencias que además puedas compartir con alguien más. Recuerda que los lazos sociales son el ingrediente fundamental de nuestra felicidad. Aquí tienes la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro. Tomar una clase sola es menos gratificante que tomarla con una amiga, por ejemplo. Ir a un concierto es más divertido si vas acompañada. Regala una caminata, una comida, una clase.

Regala tiempo. Hace un par de años mi hermano, que en ese entonces tenía un bebé de pocos meses, nos dijo cuando estábamos organizando el intercambio familiar: “a mi regálenme una noche de 8 horas de dormir sin interrupciones, una comida donde pueda estar sentado de principio a fin o una ida al cine con mi esposa”. ¿A quién puedes regalarle tiempo para que haga algo divertido con él?.

Regala actos de bondad. Podemos ser generosos con nuestra presencia, atención, cariño, palabras, conocimientos. Regala tu compañía, quítale de encima un pendiente a alguien, genera una oportunidad de trabajo, conecta a dos personas, haz esa llamada, escribe ese correo, ponte disponible.

Comparte gratitud. La gratitud es una de las herramientas más poderosas que hay para elevar nuestra sensación de bienestar y fortalecer nuestros lazos sociales. Muchas veces nos quebramos la cabeza pensando qué regalarle a nuestros seres queridos. Hoy caigo en la cuenta de lo difícil que es encontrar un regalo material para quienes tienen todo. ¿Qué tal mejor escribirles una carta de agradecimiento? ¿Qué tal sería dedicar tiempo para hacerles saber cuánto los queremos, enumerar las muchas cualidades que admiramos en ellos? ¿Qué tal sería reconocerles la contribución que hacen en nuestras vidas?. Que lindo encontrar una carta así bajo el pino.

Una última reflexión…

La semana pasada pusimos el árbol de navidad mis hijas y yo. Ya sé que todavía no es diciembre, pero ellas estaban de vacaciones y quisimos aprovechar. Nuestro pino ya está muy correteado. Ha sobrevivido a tres bebés, a un par de cachorros y a un par de mudanzas. Tiene la punta torcida, le faltan algunas ramas y no ha estrenado adornos en un buen rato.

Mientras colgábamos unas esferas dije en voz alta: “se me hace que ya tenemos que cambiar de pino”… ¡NO! dijo una de mis hijas, “este pino tiene todos nuestros recuerdos”.

De ahí me quedé pensando en mis recuerdos de navidad. Puedo asegurarles con certeza, que con excepción de una navidad en que Santa me trajo puras muñecas Barbie en lugar de una avalancha, una pelota y un aro de basquetbol, no recuerdo qué me regalaron.

Por si se quedaron pensando… Santa creyó que la carta que mi vecina dejó en nuestro árbol era la mía.

En cambio, recuerdo con claridad a mi mamá horneando galletas y yo metiendo las manos en la masa, a mi papá asomado por la ventana listo para avisarnos si pasaban los renos, la corona de adviento que llegaba a la Navidad con su 4 velas disparejas. Recuerdo también cuánto nos divertíamos mis hermanos y yo inyectándole vino al pavo la noche del 23, el olor a comida que inundaba toda la casa desde la mañana del 24, la música, la mesa puesta, el recalentado.

Por más que busco no encuentro nada material rescatable en mis memorias. Lo que se queda en el corazón es lo que vivimos, cómo lo vivimos y con quién lo vivimos.

No se tú… pero esta Navidad yo regreso a lo básico.

Modo locura: APAGADO

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