¿Son las enfermedades mentales como los piojos?

¿Son las enfermedades mentales como los piojos?

//Por Nicole Fuentes//

Hace unos años me andaba ganando la angustia. Seguido me sentía cansada, temblorosa y con miedo. Después de varias semanas teniendo tos me armé de valor para ir al médico. Y digo me armé de valor, porque que uno de mis más grandes miedos era justo ir al doctor-siempre anticipo diagnósticos catastróficos-. Él doctor sabía que yo era de corte preocupón, así que me preguntó ¿cuánto tiempo llevas mortificada por esta tos? Cuando respondí que ya había perdido la cuenta echó los ojos para arriba y me dijo: lo que tienes es 10% alergia y 90% angustia. Escribió una receta para arreglar el problema pequeño y luego atinó a convencerme de buscar ayuda para atender el grande. ¿Para qué sufres habiendo soluciones para el tema? Me preguntó.

Tardé en hacerle caso. Me costaba creer que yo pudiera ser clienta de la ansiedad. Después de todo funcionaba. Era capaz de hacer mi día y atender mis responsabilidades “sin problema”. Y eso de necesitar ayuda en este departamento me incomodaba –alguien dedicado al tema de la felicidad no debería batallar con esto- No muy convencida y a regañadientes finalmente inicié una terapia. Sucedió que pronto empecé a sentirme mejor y a desear haber ido antes, en lugar de haberle dedicado tantas noches al insomnio.

Confieso, sin embargo, que absolutamente cada una de las veces que fui a mi sesión lo hice deseando no encontrarme a nadie… ¿Qué iban a pensar? Un día llegué al consultorio y entré a la sala de espera. Ahí estaba sentada una mujer leyendo. Cuando yo entré ella levantó la vista, nuestras miradas se encontraron y quedamos petrificadas… ¡nos conocíamos! Tartamudas intercambiamos un saludo incomodo, ella enterró la vista de nuevo en su revista y yo la mía en el teléfono. No hablamos ni una palabra pero en silencio hicimos un pacto: tu y yo aquí no nos vimos nunca. Me pongo a pensar en lo distinto que hubiera sido ese encuentro en el consultorio del gastroenterólogo, por ejemplo. Seguramente hubiéramos compartido síntomas, dolencias y remedios como si nada.

Pareciera ser que las enfermedades mentales son como los piojos: Tabú.

Hemos aprendido que de estos temas no se habla. Son motivo de vergüenza, discriminación y desapruebo. Nadie habla abiertamente de ellos porque es impropio. Peor todavía si somos usuarios directos o indirectos. A las enfermedades mentales –como a los piojos- hay que esconderlas, negarlas, llevarlas clandestinamente y sufrirlas en silencio. Quien tiene ansiedad o depresión la sufre solo, así como quien tiene piojos se rasca cuando no lo ven.

Pero negar su existencia no hace que desaparezcan. Van algunos datos:

  • Alrededor del 20% de los niños y adolescentes en el mundo padecen enfermedades o desórdenes mentales. Esto es 1 de cada 5.
  • En el Reino Unido, cada semana, 1 de cada 6 adultos experimenta síntomas de enfermedades mentales comunes como depresión y ansiedad.
  • A nivel mundial, alrededor de 800,000 personas al año se quitan la vida. El suicidio es la segunda causa de muerte entre los 15 y los 29 años de edad.
  • En Estados Unidos la depresión genera más días de incapacidad en las empresas que enfermedades crónicas como hipertensión, enfermedades cardiacas y diabetes.
  • Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, la depresión es50% más incapacitante que enfermedades físicas crónicas como angina, asma, artritis o diabetes.
  • Los costos indirectos de enfermedades mentales sin atender cuestan a las empresas en Estados Unidos $79 billones de dólares al año en perdidas de productividad y ausentismo laboral.

Cuando se trata de una enfermedad como influenza, gastritis o cáncer no dudamos en ir al doctor e invertimos tiempo y recursos en atendernos. ¿Qué pasa entonces con las enfermedades mentales que siendo tan comunes y habiendo tantos tratamiento efectivos para aliviarlas las personas no buscamos ayuda? Estos padecimientos se alimentan de la soledad, el silencio y el secreto. Ganan poder en lo oscuro y cuando nadie habla de ellos. Tendríamos que hacer exactamente lo contrario. Sacarlos a la luz y ponerlos sobre la mesa para hacerles frente con los recursos disponibles y las personas alrededor. ¿Por qué no lo hacemos?

Existe un tema de estigma social que puede traducirse en discriminación, rechazo o aislamiento. En el trabajo, por ejemplo, las personas no se atreven a comunicar que están pasando por un periodo de depresión o ansiedad por miedo a que las despidan, les pierdan confianza o limiten sus oportunidades de crecimiento. Algo parecido sucede en las escuelas. No comunicamos alguna situación relacionada con nuestros hijos por temor a que los “etiqueten”. Mientras tanto el problema crece.

Además del miedo al rechazo social existe también un estigma interno que se traduce en una sensación de vergüenza o culpa. Este sentimiento nos impide reconocer que algo no anda bien pues de alguna manera lo asociamos a  que somos débiles, estamos dañados o defectuosos.

Entonces… ¿Por dónde empezamos a quitarle lo tabú al tema?

Pienso yo que en casa. Dejar claro que los temas de sentimientos y emociones son tan válidos como los físicos. Que buscar ayuda cuando todo se ve gris es lo mismo que buscar ayuda cuando duele la garganta. Que no tenemos que decir que “vamos a una clase” en lugar de decir que vamos a terapia. Que hablar del tema es parte de la solución. Que las personas a nuestro alrededor pueden ayudarnos siempre y cuando les dejemos saber que algo se siente raro.

A mi me suena que debemos comenzar por admitir que hay piojos, que andan por todos lados -a ratos incluso podrían andar por nuestra cabeza o la de nuestros hijos- y que lo único malo es no hacer nada al respecto.

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